PÁTAPO
Y EL SEÑORÍO DE CINTO: REENCONTRÁNDONOS CON NUESTROS ORÍGENES
Por:
Ana Valderrama Llontop - David Thorne Vilca
Lambayeque
- Patapo
De los centros arqueológicos
más importantes del departamento de Lambayeque, El Gran Señorío de Cinto
ubicado en los altos de los cerros que dominan la ciudad de Pátapo, representa
en sí mismo una contradicción, pues pese a su evidente significancia histórica
se encuentra en un total estado de abandono por parte de las autoridades
responsables. No obstante, sus enigmáticas construcciones, sus laberínticos
caminos y sus extrañas rocas con curiosas formas humanas y animales, nos
cautivan desde la distancia haciéndonos sentir la inevitable satisfacción que
se experimenta cuando se es visitado personalmente y profundizarnos en su
historia, nuestra historia.
Pero, “empecemos por el
principio”. Para llegar hasta este lugar, salimos primero de Chiclayo muy
temprano, aprovechando el buen clima actual y el entusiasmo puesto en nuestra
aventura. A golpe de nueve de la mañana abordamos una combi (2 soles) en el
paradero desde donde parten estos hacia Pátapo, en el terminal de EPSEL. La
idea era llegar al pueblo antes del mediodía a fin de evitar el Sol
recalcitrante de esa hora.
Cuando abandonábamos
Chiclayo, Ana -mi compañera de investigación-, no dejaba de ver el paisaje en
meditabundo silencio, de pronto me hizo un indicativo con la mano señalando las
nuevas urbanizaciones y asentamientos humanos
comentando como éstos «devoraban» lenta pero inexorablemente el verde
paisaje agrícola lambayecano.
Pátapo, tierra de miel.
Poco antes de llegar a Pátapo
pudimos apreciar que no hay arcos ni letreros de bienvenida al viajero. Al
llegar es una locomotora la que llama mi atención, aquel artefacto que
representa una época pasada, un tiempo en donde se empezó a construir un pueblo
como se le conoce ahora. A pesar de la antigüedad que tiene el artefacto, da la
sensación de que no desentona con la época actual sino que calza con el lugar
ya que parece un pueblo detenido en el tiempo.
Por el gris asfalto de sus
calles, el pueblo nos arrastra como por un embudo hacia su avenida principal, espacio
agradable y bien distribuido urbanísticamente, característico de esta clase de
poblaciones y cruzado por el transitar a veces pausado y a veces ágil de sus
habitantes. Cercado por edificios cuyo valor arquitectónico evoca el ayer.
Hay quienes elogian el cielo
siempre claro como parte de la belleza que nos enmarca en ese pueblo, todavía
tranquilo, todavía seguro… que nos recibe con la cordialidad de un amigo;
todavía invitando con su apacible tranquilidad; todavía respirable el aire
puro; todavía ajeno al caos propio de una metrópoli como de la que proveníamos.
El
Cerro Pátapo y sus vestigios arqueológicos
En esta zona se encuentran
una gran cantidad de vestigios arqueológicos pertenecientes al Señorío de Cinto,
los cuales se esparcen por todo el territorio que comprende no sólo Pátapo sino
también Tumán, Pucalá y otras áreas conexas. El estudio e investigación de
estos restos podrá contribuir al esclarecimiento del origen y evolución de las
poblaciones humanas que habitaron estas regiones así como su importancia en el
proceso del desarrollo de las civilizaciones prehispánicas del norte peruano.
En el caso particular de los
restos arquitectónicos (ubicados en el cerro Pátapo en Pósope Alto), es que estos
se encuentran comprendidos en un área declarada recientemente zona intangible
por el Ministerio de Cultura y, por ende, en zona protegida, tal como lo
advierte un pequeño muro a orillas de dicho cerro y que es visible para todos
los visitantes. Más como nos enteramos más adelante, ello sólo quedaba en eso,
un simple letrero carente de significancia real, pues no existe hasta la fecha
disposición por parte de nuestras autoridades en proteger esta área
arqueológica
Con rapidez abordamos un mototaxi
para que nos lleve al domicilio del que sería nuestro guía personal en esta travesía.
En poco tiempo, dejaríamos atrás las casas y chacras para introducirnos en un
escenario muy distinto.
El
«Guardián» del Señorío de Cinto.
Francisco Núñez Díaz, es un
humilde trabajador de la empresa Agrícola Pucalá, natural de Pátapo, del
Departamento o Región Lambayeque, que ha
hecho como misión de su vida la protección de nuestro pasado arqueológico,
particularmente, de los restos arquitectónicos que guardan las empinadas
cumbres del Cerro Pátapo, labor que viene desarrollando ad honorem desde hace
quince años.
Este trabajo le ha costado
más de un disgusto pues en su afán de proteger estos lugares ha sido agredido
muchas veces y hasta detenido, acusado de ser un saqueador de tumbas o
«huaquero», sólo por el hecho de haberse interpuesto a aquellos intereses que
han querido convertir el cerro Pátapo en un área de explotación económica.
En principio, su trato
amable y deferente con todos aquellos que buscan acceder al referido lugar,
invita de inmediato a formar parte de ese sueño, a inmiscuirse con el pasado en
un recorrido que no empieza necesariamente con el penoso ascenso por el
escarpado cerro y sus ruinas sino que comienza con ese sentimiento de
identidad; con ese orgullo por nuestro pasado que de pronto descubrimos en
nosotros mismos y que se va imbricando con el propio paisaje.
Ni bien descendimos del mototaxi
nos sorprende este hombre maduro y de bigotes, acercándosenos con amabilidad. Una
vez presentados con el señor Francisco, a quien ya habíamos contactado por
medio de las redes sociales, nos enrumbamos a la ardorosa tarea de escalar el
cerro de Pátapo donde se encuentran los principales restos arqueológicos de
esta zona.
De esta forma, con la guía
de este verdadero “Guardián del Señorío de Cinto" empezamos a escalar
nuestro objetivo a la par que dejábamos atrás la calle José Carlos Mariátegui
del Centro Poblado Mayor Pósope Alto, siguiendo el curso del canal de regadío
«El Taymi», hasta llegar al lugar denominado las «Tres Caídas».
Mientras lo hacíamos, don
Francisco nos prodigaba una charla sobre la historia del lugar. En principio,
nos refirió, el Señorío de Cinto abarcaba un conjunto de murallas, caminos
empedrados y cementerios, estructuras que dan la idea de que fue una ciudad de
piedra, una "maravilla arqueológica", que está llamada a convertirse en
el nuevo epicentro turístico-cultural de Lambayeque.
Luego nos dijo que este
Señorío, al unirse con el Señorío de Collique (lo que hoy es Pucalá), dio
nacimiento a la actual ciudad de Chiclayo, por lo que el pasado de esta ciudad
está íntimamente ligado al contexto sociohistórico de todos estos asentamientos
humanos. También nos hizo mención, que en dicha zona se encuentra El Tambo,
infraestructura de origen incaico que alguna vez albergó a Francisco Pizarro halla
por el año 1532, cuando recién empezaba su aventura de conquista por estos
lares.
Subiendo
el cerro Pátapo
Ni mi compañera ni yo imaginamos
que estaríamos por escalar sus alturas de la manera más difícil. Francisco, sin
decir mucho, se adelantó y sin más que decir o hacer tuvimos que seguirlo y
adaptarnos rápido a su ritmo. A pesar de que ya era más de medio día el clima
era amable con nosotros, no era un calor sofocante como esperábamos ese día, el
cielo estaba cubierto de nubes que escondían al sol y en el ambiente se sentía
un viento sereno.
Comenzamos a escalar a un
ritmo lento y acompasado por el miedo a caernos. Habían piedras enormes, no
había un sendero fijo solo seguíamos los pasos del guía y en parte nuestro
instinto que nos decía donde pisar, como sujetarnos, como tratar de entender el
camino indómito de la naturaleza, cuanto mayor era la subida se hacía mayor la
presión al escalar, por lo cual necesitábamos de la fuerzas de nuestras piernas
y brazos para poder avanzar.
Empezamos a ascender como
personas, luego empleamos las manos como monos en cuatro extremidades y
terminamos como lagartijas pegados a una roca por miedo a desbarrancarnos,
empezamos a experimentar lo que podría decirse un turismo de aventura.
Hubo un punto en el que nos
detuvimos por completo ya que nos resbalábamos por una roca prácticamente liza,
asemejándonos mucho a dos lagartijas pegadas a la roca. A pesar del peligro en
que nos vimos envueltos, Francisco nos prohibía movernos, más que por el riesgo
de caernos era para tomarnos fotos para el recuerdo, mostrándose tranquilo
mientras creíamos que no pasaríamos de ese punto. Él, tan firme en el camino
como si tuviera adherente en sus sandalias, nos repetía “querían vivir la
experiencia, pues esto es lo que se siente, este también puede ser un buen
turismo de aventura” Nunca antes para nosotros entrar en las zapatos de alguien
fue tan literal y tan cierto.
Es ahí que apreciamos la
considerable altura en la que estábamos, a lo lejos podía ver las casitas de
los poblados cercanos bañados de niebla, rodeados de el verdor del campo.
Seguimos escalando y
llegamos muy cerca de lo que Francisco decía ser las caras del cerro, figuras
humanas y de animales, esculpidas en rocas en las que la naturaleza hiso su
parte como también el hombre lambayecano aprovechando la posición de las rocas
y sus grafías para hacer esculpidas en los espacios de las rocas.
Divisamos una estructura, lo
que parecía ser una cabeza humana dándonos el perfil, luego nos percatamos de
dos lagartos en la punta de una roca los cuales permanecían tranquilos como
esperando a que los admiren y los fotografíen, hecho que hicimos.
Seguimos el recorrido y la
anterior no había sido la única forma humana que nos chocamos en el trayecto,
también nos encontramos con un rostro apuntando hacia el suelo.
La
Ciudadela de Pátapo
Cuando empezamos el descenso
al otro lado del cerro nos topamos con otras rocas con claros rasgos
zoomórficos, como aquella que posee el nítido aspecto de un cuy o aquella que
tiene la inconfundible forma de un sajino. Al poco tiempo alcanzábamos nuestro
objetivo: ingresar a la ciudadela de Pátapo.
Don Francisco nos explicaba
que la ciudadela de Pátapo demuestra el predominio del Imperio Wari en
Lambayeque después de haber sometido a los mochicas hacia el siglo VIII d.C.
Quedamos una vez más admirados por la sabiduría de este humilde hombre.
Nos refirió también, que por
el diseño de las estructuras arquitectónicas y la disposición de las mismas (A
modo de agrupamientos de celdas), pareciera evidenciarse que el lugar tenía
propósitos religiosos y probablemente la práctica de sacrificios humanos, cuyos
restos eran lanzados por el precipicio, pues se han encontrado osamentas en las
partes bajas de la zona, que eran de las posibles víctimas sometidas a estos
rituales. Y efectivamente, al pasear por el lugar se pueden apreciar
estructuras de piedra a modo de cuartos pequeños o celdas que dan paso a
amplias plataformas, hornacinas a manera de "sillas ceremoniales",
lugares donde se realizaban ofrendas especiales, ventanas en forma de V, y
plazas.
Las palabras quedan cortas
para expresar lo imponente de este escenario y como el contacto con estas
ruinas extraviadas en la perspectiva del tiempo, nos hace reencontrarnos con
esas esencialidades de nuestra cultura más primigenia. Fue en ese momento
cúspide donde pudimos entender con claridad las motivaciones que impulsaron a
nuestro guía en asumir esa ardua, y muchas veces no comprendida tarea, de
constituirse en celoso guardián de estos lugares.
No quisiéramos
terminar esta crónica sin hacer honor a la verdad, ya
que uno de los grandes atractivos de este paseo ha
sido un nutrido
enriquecimiento cultural e histórico al conocer y dar a conocer a través de
estas líneas, la enorme riqueza de la que
los pobladores de Pátapo y del propio Chiclayo aún no son conscientes así como
del enorme potencial turístico que posee.
Finalmente agradecemos al señor Francisco Núñez Díaz, que
con su colaboración y entusiasmo ha hecho posible la
realización de esta investigación. Asimismo,
animamos a la sociedad lambayecana y peruana en general, para que asuman conciencia
y responsabilidad histórica con su pasado, pues un pueblo que no se vincula con
su historia es un pueblo que carece de futuro.
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